6:00 A.M. : la alarma del móvil me despierta y confirma lo que ya pensaba: dormir 4 horas nunca es buena idea.
«Me cago en la puta…»
La noche anterior había estado preparando «la sesión» (como nos gusta decir a los carp anglers) hasta bastante tarde.
Hay un lago en la capital del cual soy asiduo y cuyos patos están acostumbrados a verme tirar comida ya que, rara vez, han tenido la ocasión de verme metiendo un pez en la sacadera. A veces pienso por qué sigo yendo, supongo que tiene que ver con que este sitio me ha dado mi PB (Personal Best, para los legos en la materia), la genética de las carpas que allí habitan y la cantidad de veces que te hace irte bolo, es una combinación que lo hace casi místico, tenía claro dónde iba a ir.
Cargué el equipo y salí del barrio, ni un alma por la calle.
Siempre llevo un CD recopilatorio de The Doors (más quemado que la pipa de un indio), subí el volumen y conduje unos 40 minutos, la que estaba cayendo…
Esperé dentro del coche hasta que la lluvia paró un poco, cargué todo y empecé a andar hacia uno de los puestos que estaba libre. Iba repasando mentalmente todo lo que llevaba y pensando en qué iba a montar primero: «el refugio». En otras ocasiones el ansia de echar las cañas me había podido y acababa jurando en hebreo empapado.
Me enfundé el vadeador, até los plomos a la línea principal para sondear las zonas donde iba a meter los montajes, preparé el cebo y fumé un cigarrillo esperando a que dejase de llover para meterme al agua, cosa que no sucedió.
Cansado de esperar, me envalentoné y decidí empezar a meter las cañas con la que estaba cayendo, ¿mala idea? pues no lo sé, pero la verdad que hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien: la lluvia me caía en la cara y se me colaba por el hueco del vadeador calando los pantalones, la barba me chorreaba y el viento me desviaba toda la línea, repito: hacía tiempo que no me sentía tan bien.
Me sequé como pude con un paño que siempre llevo en el macuto, el refugio olía a tabaco y a los boilies de ajo remojados con un CSL (Corn Steep Liquor) de calamar: hay que tener el estómago duro para no echar el café, cualquier pescador que esté leyendo esto sabe a lo que me refiero.
«Beep…beep» una de las alarmas empezó a sonar cada poco tiempo, el aire empezó a mover la línea y yo solo pensaba en el megalodón que estaba acechando mi cebo…Nada más lejos de la realidad.
A las 2 horas saqué esa caña para comprobar el montaje y ver que el cebo seguía en sitio: todo correcto. Había puesto un plomo de 120 gramos, estaba intentando fijar el boilie de un snowman con un stopper para que no se moviera de su sitio y… coño! el montaje funcionaba: me clavé el anzuelo (muerte incluida) en el pulgar, es la primera vez que me pinchaba de aquella manera: podía sentirlo girar perfectamente dentro del dedo, hubiera hecho una foto de la avería, pero estaba demasiado ocupado intentando recuperar el color, las pasé canutas para sacarlo… pensé que iba a sangrar más, cosa que agradecí.
Sentado y con las cañas echadas de nuevo, me relajé y empecé a quedarme dormido. Se oía la lluvia caer sobre el techo del refugio y a los pardales pegándose por el cebo que se me había caído del cubo, qué tranquilidad.
Últimamente intento no quemar todo el tiempo que paso en la orilla mirando Instagram (cosa que no es fácil), así que puse la radio y empecé a mirar el agua: ni una señal.
Mientras escuchaba las deprimentes noticias de guerra que todos conocemos tuve dos toques en la otra caña, casi podría jurar que, esta vez, no fue el viento. Me acordaba de un proverbio en el que siempre pienso cuando pasa esto: «El pez que se escapa es siempre el más grande», qué razón. Siempre tiendo a imaginarme el animal que hay al final de la línea cuando la alarma empieza a chillar, creo que no saber lo que está pasando ni lo que te vas a encontrar es una de las aspectos que más enganchado me tiene a la pesca.
Después de comer y, varias cervezas mediante, decidí recoger y volver a casa sin pena ni gloria. Desempaqué y me di una ducha caliente, salí a tomar un par de pintas con María a un pub del barrio y, al amor de la barra, le confirmé lo que ella ya sabía: me encantan los días de lluvía.
Buena pesca y feliz semana.